Besar: Tocar u oprimir con un movimiento de labios. Impulso del amor o del deseo o en señal de amistad o reverencia.
Demente: Loco, falto de juicio.

Si esta acción, con este adjetivo se uniera, ¡Oh, por Dios…! las consecuencias podrían ser desastrosas o sumamente pasionales.



Lo esperaba oculta en el pasillo, había pensado aquella estrategia hacía algunos días. Vestida de una manera elegante, y con cantidad de perfume sobre su suave epidermis, aguardaba que él saliera de la oficina para juntos bajar por el ascensor.
- Disculpe, ¿funciona? - dijo una mujer de otra oficina.
- No, estoy esperando al portero- respondió ella, mintiendo descaradamente.
Y la molesta mujer se retiró.
Por fin él salió, su corazón cambió de ritmo, aceleró. Si bien había ensayado frente al espejo lo que haría, tenía miedo, ansiedad, deseo, una mezcla de cosas. Recordaba cuando estaba en su habitación practicando su maniobra y se vio a si misma besando con desmedida pasión su propio reflejo.
Llegó la hora, tenía que actuar…
Aceleró su paso, y cuando las puertas del ascensor estaban por cerrarse, la mano de él hizo posible que ella ingresara a su lado.
Los dos estaban dentro del ascensor, lamentablemente junto a tres personas más: una pareja de ancianos y un muchacho que no sacaba la vista del periódico. El silencio se apoderó del lugar. Los latidos de su corazón se oían cada vez más fuerte y hacían un eco que retumbaba dentro de esas cuatro paredes o dentro de su mente. Como estaba previsto, el elevador se detuvo de brusca manera y la luz se apagó. Quizás exageró, no lo sabe con exactitud, no pudo ver una filmación, pero del impacto, cayó muy cerca de él, sobre su voluptuosa boca que la retuvo de la mejor manera posible que alguien podría imaginar.
- ¿Dónde estás José? – dijo la anciana, rompiendo todo encanto.
Ella estaba muy cerca de él, era todo lo que sus pensamientos deseaban desde hacía varios meses. Pero aún así, rió al oír a la viejecilla cuando buscaba a su marido, que muy lejos no podía haber ido.
Por algún extraño motivo él continuaba quieto en un rincón y dejó que ella colocara sus labios, aún más cómodamente, sobre los suyos.
- ¿José?- insistió la anciana.
Cómo podía ser posible que ella se encontrara casi dentro de la boca de otra persona y la señora no encontraba al senil José.
Luego de pensar aquello, sonrió, pero aún rozaba los hermosos labios de él, de aquella fantasía que en ese momento era real y podía deleitarse devorándole la boca, casi literalmente.
Según sus cálculos restaban siete minutos para que la luz regresara. Así que no perdió más tiempo y comenzó a pasar su lengua sobre el labio inferior de él para luego seguir con el superior hasta que entró a buscar la parte que más deseaba de él y que imaginaba que la recorría a ella entera en las obscuras noches: su cuello, su espalda, sus dedos… él volcando whisky y saboreándola toda la noche… Ella sobre él, buscando extasiarlo para comprender porqué la atraía tanto… quizás la explicación podía estar en esa boca o en esa piel que tanto la obsesionaba... y que ahora era suya, al menos, por unos minutos más...
¿Y? ¿qué esperan? – gritó el joven que también estaba atrapado en el ascensor.
Ella todo lo oía, aún así, continuaba con el plan.
- ¿José?, ¿dónde te habías metido?
Al fin la señora estaba con su marido. Y ella tenía seis minutos más.
Acorralaba a su presa, era de ella, al menos en ese momento, y debía aprovecharlo al máximo; tampoco quería lastimarlo. Y lo dejó en libertad: quitó su boca de los labios de él, tal vez estaba siendo un poco agresiva. En ese instante solo se oía la respiración de ambos. Pero necesitaba sentir su piel, le desabrochó solo dos botones de la camisa y por allí sus manos se escabulleron. La epidermis de su abdomen estaba cálida pero sus manos un tanto frías hicieron que él sintiera un escalofrío. Con lentitud avanzaba con sus dedos, suaves caricias que lo erizaban, sin verlo, ella se percató de aquello, por la respiración, por un movimiento espástico, porque la piel cambió de tono cuando ella lo tocó, y por tantas cosas… Ahora sus manos estaban por la espalda, y allí usó las uñas, de arriba hacia abajo lo recorría, realmente sin desperdiciar segundo alguno. Los cuerpos unidos uno al otro, podían sentir toda manifestación. Su boca inquieta, buscaba una nueva zona que explorar y esta vez el cuello fue el protagonista. No sabía si besarlo, tan solo respiró cerca de la zona que luego atacaría, al igual que toda presa, esperando a ser devorada.
Sus labios ya estaban en el cuello y empezó a degustarlo, aquel sabor la embriagó, era lo que ella esperaba, y más… Jugaba haciendo presión con sus labios y la piel, y con la lengua también, mientras simulaba que lo mordía...
¿Qué más podía pretender?
- Hace casi diez minutos que estamos sin luz – dijo la anciana.
Ella sintió ansiedad, tristeza, todo terminaría en breve ¡Maldita sea!, pensó. Cierta desesperación la desconcertó e hizo que liberara el cuello de su presa, solo una vez más pasó la lengua por ahí para despedirse, y también quitó las manos que aún recorrían la espalda de ese extraño hombre.
No pudo evitarlo, una sola lágrima tan perfecta y cristalina se asomaba por uno de sus ojos, el adiós le producía un gran vacío. Su presa, que no había hecho movimiento voluntario alguno, en los minutos finales colocó ambas manos en las piernas de ella, una suave caricia que avanzaba hasta que se detuvo en la curva de la cintura y con fuerza la atrajo hacia él, aún un poco más. Puso sus labios sobre la mejilla de ella, justo sobre la única lágrima que se reveló y que caía en cámara lenta, aunque aquello le encantó, ella con un brusco movimiento, debido a lo molesta que estaba porque el tiempo era tirano y cruel, se dio vuelta, dándole la espalda a este misterioso hombre que seguro todo lo había experimentado y ya nada podía sorprenderlo.
Las manos de él seguían en la cintura de ella. Se oyó un ruido:
- José, se me cayeron las llaves… ¿Señorita…? ¿Sería tan amable…?
Ella no respondió y con una sonrisa cómplice que solo la oscuridad pudo ver, se inclinó para recoger las llaves de la simpática anciana. Lo hizo con lentitud, empujando a su presa aún más contra el rincón. Tomó las llaves, pero las deja caer, y otra vez hizo un movimiento insinuante, de arriba hacia abajo, para despedirse de todo el cuerpo de un extraño que de alguna manera fue suyo por diez minutos.
Entregó las llaves a la anciana y no volvió a la posición inicial, no se incorporó, despaciosamente giró, casi arrodillada permaneció, y desde ahí empezó a subir, como si trepara por el cuerpo de él como un gato desafiando al amo. Se detuvo en la abertura que la llevaba otra vez al abdomen que sus manos, pero que no su boca, habían disfrutado. No podía despegarse de él, de esa piel, y solo un minuto restaba, quiso llevarse un recuerdo más fresco y lamió y besó aquella zona virgen, al menos para sus labios y sintió que el abdomen de él vibró... "Demasiado exquisito", pensó. Se incorporó, le dio un último húmedo beso y se dio cuenta de que le costaba mucho dejarlo en libertad, esos labios seguro que eran de otra u otras, de muchas en realidad, pero en ese momento eran solo de ella… y pensando eso lo besó aún más fuerte, un tanto salvaje, mientras que con sus manos lo tomaba por el cuello.

La luz regresó…

- Era hora. Voy a quejarme con el administrador- dijo la viejecilla.

Los protagonistas se miraron de reojo, y uno al lado del otro, esperaron que la puerta se abriera. Mientras, ella pasó la mano por sus labios y se dio cuenta que no quedaban rastros del labial que tenía, pero aún llevaba el encanto que él le produjo, y una leve y sagaz sonrisa su boca dio a conocer. Él, con los labios y el cuello aún colorado, como si alguna criatura vampirezca hubiera delimitado territorio con su boca, solo suspiró, y fue el último en salir del ascensor.
Se retiraron, pero cada uno tomó un camino diferente, ella no volteó para verlo, su mirada cambió, había logrado la primer parte el plan.
Cuando el hombre salió del elevador la vio alejarse, el cabello se movía al ritmo de sus pasos, y la contempló hasta que desapareció de su vista.


Fin de la escena

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"Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas" Pablo Neruda. Las libélulas te guiarán en tu recorrido...

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