Desde hace 15 años Ana María Giunta dirige“Todos en Yunta”, talleres de arte que buscan socializar e integrar a aquellos a quienes la sociedad les da la espalda. Sin apoyo estatal y trabajando en una casa prestada, lidera un grupo que, a través del arte y la expresión, ayuda a más de un centenar de personas con discapacidades. Combativa y comprometida, ahora prepara una obra de teatro interpretada por chicos con síndrome de Down. Con su tradicional estilo frontal, Giunta habla de su historia, de sus luchas y de los males de una sociedad que "le tiene miedo a lo diferente".
Nunca un taller es igual a otro si hablamos de las clases de arte que brinda Ana María Giunta. Divertida, contagia con su entusiasmo, e incluso su forma contestataria de ser invita a reflexionar sobre la vida. Ocurrente, creativa, transgresora y sin límites a la hora de luchar, Giunta enseña de corazón a todos los chicos que concurren a los talleres y los ayuda en los problemas que los aquejan. Una mujer que pelea por los derechos de todas las personas, en una batalla contra la discriminación que en nuestra sociedad parece no tener fin.
¿Cómo surgió la idea de hacer los talleres de arte para la vida?
Para explicar eso tengo que contarte la historia de mi vida. Nací con vocación social, siempre fui una nena diferente. Por ejemplo, cuando tenía seis o siete años veía que en los cumpleaños de mis compañeras del colegio no se invitaba a todo el grado, hacían diferencias con los pobres y los morochos, y eso me molestaba, por eso yo invitaba a todo el curso.
De más grande me molestaba escuchar la palabra “villero”. Vengo de una familia muy buena, pero piensan diferente. Mi abuela materna decía: “Mirá la chinita esta", "Mirá el negro los labios que tiene, parece que chupa naranja todo el día", "Qué hermosos son los bebes rubios”. Mi papá está muerto, y lo amo y amé con toda mi alma, pero también discriminaba, era bien milico, un hombre de “derecha”. Y en ese núcleo me formé.
Desde los 13 años hago voluntariado en diferentes áreas. Hice talleres para las chicas de los hogares de huérfanos, talleres con discapacitados de todas las edades, mentales, psiquiátricos o motores. A lo 17 seguí con el voluntariado y me di cuenta de que no existían las maestras especiales. Las maestras convencionales, ante una crisis psicótica de algún alumno, salían corriendo, y yo no, me quedaba, y eso marca la diferencia. A las personas con brotes las encierran y le dan medicación, cuando en realidad hay que educar a la persona. Aún creo en la educación.
¿Cómo tomaron tus padres el camino que decidiste para tu vida?
A mi papá le pareció bien, pero me decía todo el tiempo que me cuidara. Un día mi madre se descompuso cuando llevé a un chico con discapacidad a la casa. Estoy escribiendo un libro con todo lo vivido.
¿De qué manera fuiste logrando tu objetivo?
Fui aprendiendo con todos los chicos que tenían algún tipo de problema o discapacidad. En un momento creí que tenía que ser monja, pero de monja no tengo nada. Luego quise ser abogada, pero no quería defender a los culpables y dejé. Después seguí con psicología y tampoco continué. Hasta que apareció por primera vez algo llamado asistente social.
Es maravillosa la carrera, el problema es que nadie sabe trabajarla en este país, por el simple hecho de que no sabemos trabajar en equipo. Fue difícil porque no quería convertirme en traficante de tarros de leche para llevarlos a algún lugar necesitado. Trabaje en villas y en los loqueros, que ahora son llamados neuropsiquiátricos.
Trabajé con el padre Gigena, a quien más tarde mataron en el proceso, en geriátricos, que antes se llamaban asilos. Y de todo eso aprendí muchísimas cosas. Ibamos a las villas, y cuando le daba un beso a un chico, o me ofrecían un mate, mis compañeras me decían: “Ana, te llenan de mocos”. "¡Pelotuda! ¿Para que mierda sos asistente social? Ponete una boutique", le respondía.
¿No encontrabas lo que querías dentro de la carrera de asistente social?
Sentí que no podía hacer lo que realmente quería. Por eso también me metí en política. Siempre fui una mujer de carácter fuerte, salí con ese espíritu libre, una especie de Quijote. Un amigo me dijo una vez: “Los edificios de Buenos Aires no son los molinos de viento”.
¿Qué vivencias fuertes te marcaron?
Recuerdo el Comando Pio XII, que tomaban a las prostitutas y a los homosexuales y los prendían fuego. Yo tenía 15 años, veía eso y lo denunciaba. Mi mamá quería matarme, porque me arriesgaba. También sé que hace 16 años había derechos humanos para la mujer, los homosexuales, indios, judíos, árabes, pero no para las personas con discapacidad, como si no fueran personas, y yo pensé que eso no podía quedar así y comencé a abrir puertas.
¿Qué te motivó para continuar con los temas sociales?
Las madres de chicos con algún tipo de discapacidad venían a mí y me decían: “Ana, le pagamos, porque los chicos con usted la pasan bien, se divierten”. Como insistían tanto arreglamos para hacer un seminario gratis de tres meses mostrando cómo me manejo. Pasaron 15 años de eso, y hoy ese seminario que empezó con 10 personas, sigue, y tenemos 100 alumnos.
EL QUIJOTE:
¿Cómo te definirías?
Lo mío es hablar a calzón quitado. Soy divertida, muy buena actriz, tengo talento y la mayoría de las personas me conocen por lo que hice como actriz. Soy pasional. Me prestan atención, soy autoridad. Me aman y me respetan. Soy obsesiva. Fui la primer mujer gremialista de Buenos Aires. Me pasaron muchas cosas sólo por querer un país mejor.
¿Y cómo es tu relación con la discapacidad?
Gané el premio “Blanca Podestá”, que es el premio mayor como actriz, y cuando lo recibí dije: “Recuerden que los discapacitado existen”. Mi marido me dijo: “Te dieron un premio como actriz y salís con otra cosa”. Pero yo soy Ana, soy así y no voy a suicidarme porque no me llaman como actriz.
Tengo una manera especial con la discapacidad, les digo a los chicos: “Jodete, hermano, te tocó. No sos discapacitado, sos una persona que tiene una discapacidad. Yo tengo más de 100 kilos y no por eso vas a dejarme de respetar, o querer menos”.
¿Tu familia te apoya?
Estoy casada, tengo dos hijas que me apoyan, pero no les gusta alguna de mis actitudes, o que me meta en todo. Me pelean por eso. Ahora estoy con el tema pedofilia. Yo fui quién hice el escrache de Jorge Corsi.
¿Sentiste miedo alguna vez?
A veces tengo miedo, solo los locos no tienen miedo. Mi familia dice: “No te metas más”, pero es mi naturaleza.
Arte como disparador
¿Cómo son los talleres de arte para la vida?
Soy mamá del corazón de los chicos y les enseño amor responsable, disciplina, y trabajo. Organizamos bailes, cantamos, y hasta hicimos partidos de fútbol. Eso fue una experiencia maravillosa. Yo les digo: “Salen a la cancha a matar, no me hagan pasar papelones, ustedes pueden”. Y me responden: “¡Sí, Anita!”.
También hicimos diversas obras de teatro como Romeo y Julieta, La Tempestad, Sueño de una noche de verano, La casa de Bernarda Alba, Cenicienta, y obras de mi autoría.
Los sábados de 10 a 13 están los más chicos. Luego hay una reunión de equipo con los asistentes y voluntarios. Y en un almuerzo de trabajo hablamos de las problemáticas que surgen. A las 15 llegan los jóvenes adultos, en ese grupo predominan las personas con problemas psiquiátricos.
¿Qué les enseñás en los talleres?
Teatro, danza, musicoterapia, canto, plástica, artesanías, actividades prácticas, cocina y supervivencia. Esta última la inventé yo, es para que sepan como manejarse cuando mamá y papá ya no estén con los chicos. Enseño a destapar botellas, cruzar la calle, manejar plata, defensa personal, un poco de todo. En la semana hay juegos teatrales y psicomotricidad. Sólo abonan cuota los que pueden pagar.
¿Cómo podés mantener todo?
Porque estoy loca. Estábamos en la Avenida Callao, pero no nos renovaron el contrato, y esta casa (Saavedra al 138), me la dio una señora llamada Ethel, que me escuchó en la radio cuando dije que si no conseguíamos lugar íbamos a estar en una carpa blanca en frente del Congreso. Ethel tiene 82 años y está feliz de poder ayudar, y yo soy feliz de seguir con los chicos, les dije que nunca nos íbamos a separar. Algunos de los alumnos mueren, a otros los mata la policía o alguna pandilla, también hay enfermos terminales que mueren luego de sufrir una larga enfermedad, pero todos mueren felices.
ENCIENDE EL TELEVISOR:
¿Cómo ves la televisión nacional?“Cuestión de peso” fue horroroso, una falta de respeto, un programa de televisión nefasto. Hay que controlar lo que se hace. Las personas gordas son iguales que todas. Me acuerdo que saltaban alrededor del Congreso para que salga la ley. No todos tienen la personalidad que yo tengo y a algunos les hace mal, hay gente gorda que se suicidó. Yo no me siento menos por ser gorda, quiero adelgazar por salud. Pero hay una exigencia criminal para adelgazar.
Se ve mucho circo en la televisión, y constante discriminación en los medios y en la vida por falta de información. Algunas productoras usan al discapacitado por un poco más de ráting. Yo me alejé de la televisión, pero tampoco me llaman, ahora soy muy gorda, y no es lo que suele verse en los medios. Además soy contestaría y nadie quiere problemas.
¿Cómo vez que la sociedad trata el tema de la discapacidad?
La sociedad trata mal a la discapacidad porque la gente tiene miedo a lo diferente. El miedo te paraliza o te hace escapar. Por supuesto que a veces también hay maldad de las personas y de los medios de comunicación. Yo demuestro que las personas con discapacidad tienen capacidad.
¿Cuáles son los próximos proyectos?
A fin de año vamos a hacer la obra “Otelo”, con protagonistas con síndrome de Down. Yago tiene discapacidad motora y hay tres convencionales, una de ellas fue abusada sexualmente de chica. El arte ayuda a todos, es un disparador para salir adelante. También vamos a hacer “El Principito”.
Me llamaron para hacer cine, es una película basada en hechos reales, sobre la historia de una prostituta rosarina que ejercía sin cafisho y denunciaba los lugares donde hay prostitución de menores de edad. Se enamora de un cana y él la vende, luego la fusilan. Me gusta hacer películas sobre temas sociales.
Tres anécdotas
* "En Reyes se me ocurrió pedirles a todos los chicos que hicieran una carta y pidieron cosas raras como un caballito de lata, del tiempo del pedo, pero lo conseguí. Y todos tuvieron su regalo de Reyes, fue maravilloso ver la alegría que sintieron".
* "Una vez vi a una madre que a su hijo con síndrome de down, de unos 30 años, le acomodaba la camiseta dentro del pantalón. Me acerqué a decirle que no debe tratarlo como a un bebé, que es un hombre. Hoy en día él siempre me dice: 'Soy un hombre, Anita”.
* "Los discapacitados quieren amor, cariño. Una vez un chico se sentía mal y no sabíamos que tenía. Y nos dimos cuenta de que sólo necesitaba caricias. En un vaso le coloqué agua con azúcar y le dije que era un remedio mágico, y se le pasó".
Quince años en yunta
El "Taller de arte para la vida Todos en Yunta” fue creado por Ana María Giunta en 1994, a pedido de padres de chicos con discapacidad mental. Tuvo repercusiones positivas y por eso se continuaron los talleres hasta el día de hoy.
En 2003 se constituyó como asociación civil sin fines de lucro. No reciben subsidios, y sólo abonan una cuota quienes pueden colaborar. Los ejes centrales son la capacitación y formación profesional, apostando un mundo mejor, de amor, dignidad y libertad. El arte es el disparador para que los chicos y adultos con algún tipo de discapacidad puedan tener más herramientas para integrarse y realizarse.
Todos los años realizan diversas obras teatrales que ensayan con pasión semana a semana. Las materias que se dictan son teatro, danza, musicoterapia, canto, plástica, artesanías, actividades prácticas, cocina, supervivencia, juegos teatrales y psicomotricidad.
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